Susy Gala era una mujer de servicio de cuarenta años con un trasero prominente, labios carnosos y varios tatuajes en hombros y espalda. Su trabajo como criada en una lujosa mansión le dejaba poco tiempo para el romance, sumiéndola en años de abstinencia.
Un día, mientras limpiaba la cocina, el señor de la casa se unió a ella. Era un hombre apuesto de mirada penetrante, que siempre le había producido cierta sensación de vértigo. Hoy, sus ojos se posaron en sus atributos voluptuosos con una apreciación hambrienta que la hizo estremecerse.
Los labios de Susy se humedecieron de repente, recordando las imágenes porno de la habitación de su hijo y las explosiones de placer que le produjeron. Su señor parecía haber adivinado sus pensamientos, pues su erección se marcaba claramente bajo el pantalón.
El calor se extendió por todo su cuerpo al darse cuenta de que iban a adentrarse en terrenos prohibidos. Un escalofrío de excitación la recorrió de pies a cabeza, haciendo que su vagina se humedeciera con rapidez.
El señor la empujó contra la mesa de la cocina y se inclinó para besarla y lamer sus labios carnosos, mordiéndolos con pasión. Susy gimió, olvidando toda cautela. Sus pechos se oprimieron entre ellos al abrazarlo con fuerza.
Las manos del señor exploraron su cuerpo, acariciando sus redondos pechos y su trasero prominente antes de deslizarse entre sus piernas. Susy se arqueó contra él, ansiosa de más contacto.
Pronto se encontraban desnudos, el señor deslizándose dentro de ella con una embestida firme. Susy gritó, aferrándose a sus hombros mientras bombeaba vigorosamente.
El placer la invadió en olas, dominándola por completo. Olvidó su posición social y sólo se concentró en los sensuales movimientos de su amante, gimiendo y jadeando sin cesar.
El clímax los golpeó juntos, abrasador y prolífico. Yacieron agotados, sus cuerpos unidos por restos de sudor. Todo había cambiado entre ellos, y ninguno tenía intención de volver atrás. La pasión los había atrapado para siempre.